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un universo más feliz...
Pero esta vez, su rolliza sobrina y la gigantesca señora del palacio impidieron a la vez
su huida hacia el porche, sujetándole cada una por un lado.
 Ahora escucha la mejor  siguió diciendo Hisvin en un tono más vivo . Corriendo un
gran peligro personal, me he puesto en contacto con las ratas. Resulta que tienen una
civilización excelente, mejor en muchos aspectos que la humana... De hecho, han guiado
secretamente los intereses y el crecimiento del hombre durante cierto tiempo... Sí, esos
sabios roedores disfrutan de una acogedora y dulce civilización, que te parecerá muy
idónea cuando la conozcas mejor. En cualquier caso, las ratas, que ahora me tienen en
gran estima... ¡Ah, qué difíciles maniobras diplomáticas he realizado por ti, mi señor...!
¡Las ratas me han confiado sus condiciones de rendición, que son inesperadamente
generosas!
Sacó uno de los pergaminos de la bolsa.
 Te las resumiré...  dijo, y leyó  : Las hostilidades cesarán de inmediato... por orden
de Glipkerio, transmitida por sus agentes provistos de varas de autoridad... Los
lankhmarianos extinguirán los incendios y repararán los daños causados a la ciudad, bajo
la dirección de..., etcétera, etcétera. Los humanos repararán los daños causados a
túneles, arcadas, lugares de recreo, excusados y otras dependencias de las ratas. Aquí
habrá que añadir: «apropiadamente reducidos de tamaño». Todos los soldados
desarmados, atados, confinados..., etcétera. Todos los gatos, hurones y otras
sabandijas..., claro, es natural. Todas las naves y los lankhmarianos que se hallen en
ultramar..., eso está bastante claro. ¡Ah, aquí está lo que buscaba! Escucha bien.
Posteriormente cada lankhmariano se dedicará a su actividad acostumbrada, libre en
todas sus acciones y posesiones..., libre, ¿has oído bien?..., sometido tan sólo a las
órdenes de su rata o ratas personales, las cuales se agazaparán en su hombro o se
acomodarán de otro modo encima o debajo de sus ropas, como lo consideren
conveniente, y compartirán su lecho. Pero tus ratas  se apresuró a añadir, señalando a
Glipkerio, quien se había puesto muy pálido, y cuyo cuerpo y miembros habían empezado
de nuevo a temblar, mientras los tics nerviosos volvían a tomar posesión de sus
facciones , tus ratas, como digo, por deferencia a tu elevada posición, ¡no serán ratas en
absoluto!, sino mi hija Hisvet y, temporalmente, su doncella Frix, quienes te atenderán día
y noche, velarán por tu seguridad, te servirán en todos tus deseos, con la insignificante
condición de que obedezcas sus órdenes. ¿Qué podría ser más justo, mi querido señor?
Pero Glipkerio ya había vuelto a las andadas, y exclamó: «¡Adiós, mundo, adiós,
Nehwon! Busco un...», mientras trataba de dirigirse al porche, convulsionándose en sus
esfuerzos por zafarse de los brazos de Samanda y Elakeria. Sin embargo, de pronto se
detuvo y exclamó:
 ¡Claro que firmaré!
Cogió el pergamino. Hisvin le condujo ansiosamente al diván y a la mesa, mientras
preparaba el material de escritura. Pero entonces surgió una dificultad. Glipkerio temblaba
de tal manera que apenas podía sostener la pluma, y no digamos escribir. Su primer
intento de manejarla envió una cola de cometa formada por gotas de tinta a las ropas de
quienes le rodeaban y al rostro correoso de Hisvin. Todos los esfuerzos para guiar su
mano, primero con suavidad y luego a viva fuerza, fracasaron.
Hisvin chascó los dedos con desesperada impaciencia y entonces, de improviso,
señaló con un dedo a su hija. Ésta sacó una flauta que llevaba oculta bajo su túnica de
seda negra y empezó a tocar una dulce pero soporífera melodía. Samanda y Elakeria
pusieron a Glipkerio de bruces sobre el diván, una sujetándole de los hombros y la otra de
los tobillos, mientras que Frix, aplicando una rodilla en la parte inferior de su espalda,
empezó a acariciarle la espina dorsal desde el cráneo hasta la rabadilla, al ritmo de la
música de Hisvet, utilizando la mano izquierda, con la palma vendada.
Glipkerio siguió convulsionándose a intervalos regulares, y trató de levantarse, pero
poco a poco la violencia de aquellos terremotos corporales disminuyó y Frix pudo
transferir algunas de las rítmicas caricias a los brazos agitados del Señor Supremo.
Hisvin paseaba de un lado a otro de la estancia y sus sombras desfilaban como las de
ratas gigantescas moviéndose confusamente y cambiando de tamaño, unas contra otras,
a lo largo de las losetas azules. De repente reparó en las varas de autoridad y, chascando
los dedos, preguntó:
 ¿Dónde están los pajes que prometiste tener aquí?
 En sus aposentos  respondió Glipkerio en tono apagado . Se han rebelado, y tú te
llevaste a los guardianes que podrían haberlos controlado. ¿Dónde están tus mingoles?
Hisvin se detuvo en seco y frunció el ceño, dirigiendo una mirada inquisitiva a las
cortinas azules que cubrían la puerta por la que había entrado.
Respirando con cierta dificultad, Fafhrd se encaramó a una de las ocho ventanas del
campanario, se sentó en el alféizar y contempló las campanas.
Eran ocho en total, todas ellas grandes: cinco de bronce, tres de hierro pardo,
revestidas de verdín pálido y el óxido acumulado desde tiempo inmemorial. Las cuerdas
se habían podrido y desaparecido, probablemente siglos atrás. Debajo de ellas había un
vacío oscuro limitado por cuatro estrechos arcos de piedra. Probó la resistencia de uno de
ellos empujando con un pie. Aguantaba.
Empujó la campana más pequeña, una de las de bronce. No produjo más sonido que
un lúgubre crujido.
Primero echó un vistazo y luego palpó el interior de la campana. El badajo había
desaparecido, el óxido había devorado el eslabón que lo sostenía.
También faltaban los badajos de todas las demás campanas, los cuales seguramente
habían caído al fondo de la torre.
Se dispuso a usar su hacha para dar la alarma, pero entonces vio uno de los badajos
caídos, que estaba sobre un arco de piedra.
Lo alzó con ambas manos, como si fuera una pesada porra, y, moviéndose
temerariamente sobre los arcos, golpeó una campana tras otra. El óxido se desprendió de
las de hierro y cayó sobre él como lluvia.
El sonido de todas las campanas juntas fue más intenso que el de los truenos en un [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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