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 ¿Qué si me gusto?  silbó y golpeó el volante con la palma de la mano derecha . ¡Me volvió
loco! Si lo que quiere es pasárselo bien vaya al distrito rubí.
 Si tengo oportunidad lo haré, no lo dude...
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El taxista estuvo en silencio largo rato, era un silencio invitador que yo no me atrevía a romper
por miedo a meter la pata. Miré por la ventanilla hasta que se me ocurrió una pregunta que aunque
no me delataba debo admitir que sonó un poco estúpida.
 ¿Ha escuchado el último disco de Elvis?
 No.  La pregunta no pareció sorprenderle demasiado, en definitiva seguía siendo un taxista,
acostumbrado a preguntas mas fuera de lugar que la mía . Me han dicho que está bien pero no se
acerca ni de lejos a Mercurial.
 Bueno... Mercurial es su mejor disco...
 Eso es verdad. ¿Quiere que ponga la radio?
 No, es igual...
 Lo que quiera.  Escanció humo gris en gran cantidad antes de volver a hablar . Cuando
estuve en Lilith visité el Emporio ¿sabe?. La semana antes Elvis había dado allí uno de sus
conciertos y por lo que oí ha sido el primer artista de todo el Sistema que ha conseguido llenarlo.
 ¡Santo Cielo! ¿El Emporio lleno?  ¿Emporio? ¿Sistema?
 A rebosar, tito. A rebosar...
Fue reduciendo la velocidad hasta frenar por completo junto a un parquecillo. La puerta a mi
derecha se abrió y el taxista se giró una vez más hacia mí.
 Ya hemos llegado. Son seiscientas.
Le pagué religiosamente y bajé del taxi. No había terminado de cerrar la puerta cuando volví a
verme reflejado en los cristales oscuros de sus gafas de sol. El taxista soltó un lastre de humo
grisáceo por la comisura de sus labios antes de despedirse.
 No pierda la esperanza...  me aconsejó bajándose las gafas para obsequiarme con un guiño
cómplice.
Contrabandista frustrado
Vitoria. Días antes de que Alfredo García Torrecilla iniciara la etapa final de su viaje. La Sonrisa
de Salgari está muy concurrida y en la radio Scorpions dice que todavía te quiere. Las puertas de la
cafetería se abren de pronto y Michael entra patinando con el ceño fruncido. Hace un gesto a
Salcedo y desaparece tras la puerta que lleva a la sala de empleados, al poco tiempo Salcedo le sigue
con Mordekay pisándole los talones. Sandro y Yolanda se miran preocupados tras la barra y siguen
trabajando.
 ¿Qué ocurre?  pregunta Salcedo . ¿Dónde está la pieza?
 ¡No está! ¡No he podido traerla! Los hombres de Vargas no han dejado de seguirme desde
que pisé Lilith. No he podido despistarlos por más que lo he intentado. ¡Estamos tan cerca! ¡maldita
sea!
 Dos piezas... Sólo nos quedan dos piezas para completar el acelerador vectorial  gruñe
Mordekay sentado sobre sus cuartos traseros de perro. Trenza una calavera de humo y la expulsa
con un ladrido, visiblemente irritado.
 ¿Puede funcionar con lo que tenemos?  quiere saber Salcedo.
Michael sacude la cabeza.
 Para nada. Necesitamos esas dos malditas piezas para que el acelerador funcione.
 Podemos esperar a que las aguas vuelvan a su cauce. Si somos pacientes Vargas se olvidará de
nosotros, estoy seguro...  Salcedo mira hacia el techo . Hemos esperado tanto tiempo que sería de
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estúpidos arriesgarnos ahora que estamos tan cerca... ¡Maldita sea! ¿Creéis en lo que estoy diciendo?
 pregunta.
Michael y Mordekay sacuden la cabeza a la vez.
 Estamos hartos de estar en tierra, capitán  dice el dragón . Corramos el riesgo.
Casas iguales.
El taxi me había dejado en el mismo punto en que Delano Gris me había hecho parar. Un
jardín maltrecho por el invierno y un vientecillo frío eran mi única compañía. En un banco una
bolsa de plástico aleteaba atrapada en las rendijas de la madera. Miré a mí alrededor sin ver nada
que llamara mi atención, puedo acercarle hasta la Igual de Madrid. ¿Qué era una Igual? ¿Una Igual a qué?
Me senté junto a la bolsa prisionera sintiéndome desconcertado. El Bar Alonso y la panadería Dulce
estaban a mi espalda, frente a mí, tras cruzar la carretera, una fila de pulcras casas se alineaba sobre
la acera. Eran casitas pequeñas, familiares, de dos plantas y tejados a dos aguas, todas eran
prácticamente iguales y por un momento pensé que a eso se refería el taxista. Casas iguales. Me
levanté del banco y crucé la carretera. Todas tenían un número asignado y signos evidentes de estar
habitadas. Todas menos una. Su aspecto exterior no difería apenas de sus vecinas: una casita de dos
plantas, rematada con un tejado a dos aguas desde donde me espiaba una pequeña antena torcida.
Subí sus escalones de mármol firmemente convencido de que el taxista se refería a esa casa.
Había algo anómalo en ella. La casa irradiaba energía, un halo extraño e indeterminado la rodeaba,
una convulsa sacudida irreal en la racionalidad. Pulsé el timbre pero no se produjo el menor sonido.
Llamé a la puerta y nadie acudió a abrir. Hice una última probatura con el pomo de la puerta y
descubrí perplejo que no existía cerradura alguna. ¿Cómo se entraba en la casa? ¿Si no estaba
habitada por qué había cortinas en las ventanas del segundo piso? ¿Delano Gris había entrado en
ella una vez me hube marchado? de ser así ¿cómo lo había hecho?
Del cielo comenzó a desprenderse una fina nevada y yo me metí las manos en los bolsillos de
mi plumífero y me batí en lenta retirada hacia el Bar Alonso, echando esporádicas miradas hacia la
casa, esperando que se desvaneciera en el aire o que me siguiera como un perrito perdido. No me
hubieran sorprendido ninguna de las dos cosas.
La temperatura en el bar era agradable y me desabroché el plumífero ante la atenta mirada de
un camarero ceñudo y del único parroquiano que hizo un paréntesis en su búsqueda de tres lingotes
en la maquina tragaperras para echarme un vistazo reprobatorio.
 ¡Buenas tardes! ¡Hace un frío que pela! ¿Me pone un café?
 ¿Viene de la casa?  preguntó el camarero sin apenas mover los labios.
Esa pregunta confirmó mis sospechas. Esa casa era especial y yo tenía que averiguar por qué,
aunque por el talante y fruncido ceño del camarero me iba a costar sudor y sangre.
 No queremos gente como usted por aquí. Haga el favor de marcharse por donde ha venido.
 No entiendo. ¿La casa? No vengo de esa casa... sólo me ha llamado la atención.
 ¿Por qué?
 No lo sé. Me ha llamado la atención, sin más. ¿Sabe quién vive ahí?
 En esa casa no vive nadie. No ha vivido nunca nadie,  me miró reticente antes de volver a
hablar . ¿Entonces no viene de allí?
 Ya se lo he dicho,  entrecerré los ojos, indagador ¿Qué ocurre con esa casa?
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 ¡No ocurre nada con esa casa! No hables con él, Manuel  recomendó el cliente ludópata
buscador de oro y frutas triplicadas . No sabemos quién es.
 Me llamo Alfredo García Torrecilla y soy profesor de historia.
Los dos hicieron caso omiso de mi presentación y, como el camarero parecía no tener la
menor intención de servirme el café, salí del local mas desconcertado que antes. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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