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auxiliarlo y, con la ayuda de Bill, le instalaron nuevamente en la silla y le echaron en la
boca un trago de aguamiel. Arturo asintió con feroz comprensión.
- Así es, en resumidas cuentas. Debemos combatir con los dioses paganos si
queremos vernos libres de esta interminable guerra.
- No es mala idea - asintió Praktis -. Y usted cuenta con las tropas necesarias para ello.
Caballería acorazada, ataque repentino, se rodea al ejército enemigo. ¡Bum! Misión
cumplida.
- Ojalá fuera así, poderoso almirante. Pero no es el caso. Mis intrépidos caballeros se
acobardan ante los dioses y buscan refugio bajo sus lechos.
Merlín se había recuperado y asintió con furia.
- Mentecatos supersticiosos, eso es lo que son. Llenos de nobles palabras:
«¡Entregaría, sin dudarlo, mi vida por mi señor!». ¡Sí, sí, culos flojos! Un solo rayo del
templo bastaría para hacerles correr un estadio. ¡No busquéis ayuda por ese lado, pues
sólo cobardía y temblores hallaréis, a pesar de que les ofrecí también absoluta protección
religiosa!
Merlín cogió un saco de piel y vació su contenido en la mesa redonda.
- ¡Mirad esto! Ajos por toneladas. Más cruces de las que podrían hallarse en una
docena de monasterios. Crucifijos llenos de agua bendita. Reliquias a carretadas, huesos
de santos por sacos, un trozo de la Santa Cruz, agua achicada del Arca... de todo. ¿Y qué
responden ellos cuando les muestro todo esto? Creo que tendría que haberles hecho
firmar un juramento previamente. Ninguno de ellos quiere ir... ni siquiera el rey.
- De buen grado marcharía a la gesta de no retenerme la pesada responsabilidad del
oficio de reinar. Mucho pesa la testa que lleva la corona.
- Sí, claro - murmuró Merlín, lejos de dejarse convencer por la farsa pero teniendo
sumo cuidado de no cometer un delito de lesa majestad -. Bien, ¿dónde estamos?
Tenemos delante una amenaza para el reino, identificada, localizada y preparada para ser
destruida. ¿A manos de un anciano? Debéis de estar de broma. Tengo poderes, sin duda,
pero necesito músculos y algunas hachas de batalla detrás de mí.
- Que es donde intervenimos nosotros - dijo Bill, consciente ahora de que su rescate no
había sido una acción tan altruista.
- Vos habéis estado espiando mis cartas. Os vi aterrizar a través de mi telescopio... es
decir, mi espejo mágico. Os trajo un dragón volador y, al ser yo galés, aprecio
grandemente eso. Yo dije, mi rey, ésos son los hombres duros que necesitamos.
Extranjeros que no teman a los dioses. - Se detuvo y les miró penetrantemente -.
Vosotros no sois supersticiosos, ¿verdad?
- Yo soy un fundamentalista de la religión de Zaratustra - dijo Bill, humildemente.
- Continuemos con esto - gruñó Praktis -. Escuchemos la propuesta y zafémonos
después.
- No hay más qué decir. El buen rey Arturo os libró de las legiones. Seréis armados y
me seguiréis hasta el templo de Marte donde le sobornaremos con una o dos ofrendas.
- Suena bastante simple - se burló Cy -. ¿Pero qué ocurrirá si no vamos?
- Fácil. Iréis... de vuelta al circo. Y nosotros donaremos algunos leones hambrientos
para los festejos.
- Alegrad los ánimos - aconsejó el rey Arturo, animándose -. Y se os hace saber que
vuestra lista de honores crecerá muy pronto. De hecho habrá uno o dos nombramientos
de caballero, y quizá un galón y un nombramiento de CBE os aguardan en el futuro.
Ellos se sintieron menos que impresionados por la generosidad de la oferta.
- Nos gustaría discutir este tema entre nosotros - dijo Meta.
- Por supuesto. Tomaos vuestro tiempo. Tomaos toda una hora - Merlín puso sobre la
mesa un reloj de arena y le dio la vuelta -. La elección es vuestra. Una excursión al
templo, o la vuelta al espectáculo.
22
- Siempre es la semana de joder al compañero - dijo patéticamente Bill sorbiendo por la
nariz.
- Fue por el perro... Si tan sólo no le hubiera silbado al perro - gimoteó el capitán Bly.
- Me apetece un poco de droga - susurró Cy.
- En la granja es época de cosecha - lloriqueó Wurber.
Meta torció los labios de asco y Praktis asintió.
- Si aún estuviera al mando sacaría a este grupo miserable muy rápidamente de su
depresión. Pero al ser ahora uno más de ustedes, todo cuanto puedo hacer es sugerir que
dejemos de llorar sobre la leche derramada y busquemos una forma de salir de ésta.
Miró por la ventana en busca de socorro, pero allí sólo vio una caída en picado hasta
las rocas de abajo. Meta lo intentó con la puerta, pero Arturo le había echado llave tras de
sí al salir.
- ¿Y por qué no hacer lo que acaban de pedirnos? - dijo animadamente Bill, y luego se
agachó atemorizado bajo la barrera de iracundas miradas de furor -. Escuchen... déjenme
terminar antes de matarme con la mirada. Iba a decir que no hay una forma fácil de salir
del castillo; y si la hubiera, tendríamos todavía el problema de las legiones. Así pues,
llevamos adelante este plan estrafalario. Tomamos las armas y todo eso y nos deslizamos
fuera de aquí... junto con el anciano galés.
- Le escucho alto y claro - canturreó Praktis -. A partir de este momento usted será
conocido como teniente Bill. Nos alejamos bien del castillo y las legiones, le damos un
buen golpe en la cabeza al viejo... ¡y luego nos alejamos, armados y libres!
Se oyó un ruido sordo cuando el último grano de arena cayó en el interior del reloj de
arena y, en ese mismo instante, la puerta chirrió al abrirse. El rey Arturo entró.
- ¿Qué habéis decidido?
- Hemos decidido que sí - dijeron.
- Si morís, habrá sido por la más noble de las causas. ¡Lleváoslos a la armería!
Les pusieron armaduras, cotas de malla, yelmos, alabardas, puñales, ballestas,
espadas, escudos y tubos de desahogo.
- No puedo moverme - dijo Bill con voz amortiguada dentro de su yelmo.
- Siempre que el brazo vuestro que maneja la espada esté libre, no importa - dijo el
armero, martilleando un remache suelto en el yelmo de Praktis.
- ¡Me he quedado sordo... deje eso! - aulló el almirante, dando un paso atrás y cayendo
pesadamente al suelo -. No puedo levantarme.
- Siendo que no estáis acostumbrados a la armadura, sería apropiado aligeraron un
poco - dijo el armero, haciéndole una señal a su ayudante -. Quítales algo de peso para
que puedan moverse.
Después de que les hubieron quitado alrededor de una tonelada de armadura de
encima, pudieron caminar con facilidad, aunque chirriaban. El viejo aceite de siempre
solucionó aquello, y estaban bebiendo un poco de vino para el viaje cuando Merlín,
armado de forma similar, entró a lomos de un burro.
- ¿Nosotros también tenemos que montar? - preguntó Bill.
- Iréis en el coche de San Fernando, muchacho; es bueno para el tono muscular.
Saldremos por el túnel secreto que da a las colinas que están más allá de las legiones
atacantes.
- Suena fantástico - dijo Praktis y todos se dirigieron frenéticos guiños y rieron entre
dientes tapándose la boca con la mano cuando Merlín volvió la espalda.
Les entregaron antorchas encendidas, se abrió una puerta barrada, y todos siguieron al
mago por el húmedo túnel en el que goteaba agua. Era un túnel largo. Les pareció que
estarían caminando a trompicones por el resto de la eternidad en aquel aire viciado que
cada vez olía más a humedad, mientras las antorchas iban apagándose una tras otra.
Cuando la última antorcha se puso a parpadear, a punto de apagarse, Praktis se dirigió a
Merlín.
- Es una pregunta tonta la que voy a hacerle, ya lo sé... pero cuando esta antorcha se
extinga, ¿cómo vamos a hallar el camino?
- No temáis... pues Merlín es un mago. La antorcha se extingue, pero yo tengo esta [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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