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deshacer de Pel y de Moro; luego me dirigí al Cuartel General de la Policía y me hice
cargo de la situación.
Tal como había supuesto, era bastante necesario que alguien se encargara de la
gestión inmediata de los diferentes asuntos, pero, había subestimado en gran manera la
necesidad de que alguien pusiera orden. Pensé que con dos o tres horas tendría la
situación bajo control, para luego quedar libre y poder buscar a Padma. Sin embargo, casi
me llevó siete horas aplacar el pánico, organizar la confusión y dotar de algún objetivo y
orden a las operaciones de mi gente, incluidos los que estaban fuera de servicio y que se
habían presentado para un servicio de emergencia. En realidad, eran pocas nuestras
obligaciones en aquel momento: simplemente, patrullar las calles y verificar que los
ciudadanos permanecieran fuera de ellas y fuera del camino de los mercenarios. No
obstante, requirió siete horas conseguir que la operación comenzara a funcionar; y al final
de ese tiempo, aún no me encontraba libre para buscar a Padma, sino que tuve que
responder a una serie de llamadas que solicitaban mi presencia junto al grupo de
detectives asignados para trabajar con los mercenarios en el rastreo de los asesinos.
Conduje despacio a través de las vacías calles nocturnas; llevaba las luces de
emergencia conectadas y el emblema oficial de mi coche de policía visiblemente
iluminado. Sin embargo, tres veces fui detenido e inspeccionado por grupos de tres a
cinco mercenarios, vestidos con trajes de combate y completamente armados, que
surgieron de forma inesperada. La tercera vez, el Jefe de Grupo al mando de los soldados
que me detuvieron, se unió a mí en el coche. Después de eso, cuando por dos veces nos
encontramos de nuevo con grupos militares, él se asomó por la ventana derecha para que
le vieran; y en ambas ocasiones nos hicieron señas para que prosiguiéramos.
Por fin llegamos a un bloque de naves y, situado, en la parte norte de la ciudad; y nos
detuvimos en una en especial. El interior de su enorme estructura, que provocaba ecos,
estaba vacía salvo por unos cien metros cuadrados de maquinaria de recolección agrícola
empaquetada en la primera de sus tres plantas. Encontré a mis hombres en la segunda
planta, en los transparentes cubículos que constituían las oficinas del edificio y en
apariencia no hacían nada.
—¿Qué ocurre? —pregunté cuando los vi.
No sólo estaban ociosos, también parecían descontentos.
—No hay nada que podamos hacer, Superintendente —repuso el teniente detective al
mando: se trataba de Lee Hall, un hombre que conocía desde hacía dieciséis años—. No
podemos mantener su ritmo, aunque nos dejaran.
—¿Mantener? —inquirí.
—Sí, señor —dijo Lee—. Venga, se lo mostraré. De todas formas, nos dejan observar.
Me condujo fuera de las oficinas hasta la última planta de la nave, un espacio enorme y
vacío, con unas pocas cajas de embalaje desperdigadas entre montones de materiales
nuevos de envoltura. En un extremo, luces portátiles iluminaban cierta zona con una
despiadada luz de color azul-blanco que hacían que las sombras proyectadas por los
hombres y las cosas adquirieran la apariencia necesaria de solidez como para llegar a
creer que se podría tropezar con ellas. Me llevó hacia la luz hasta que un Jefe de Grupo
se adelantó para bloquearnos el camino.
—Hasta aquí, teniente —le dijo a Lee. Me miró.
—Este es Tomas Velt, Superintendente de la policía de Blauvain.
—Es un placer conocerle, señor —el Jefe de Grupo se dirigió a mí—. Pero usted y el
teniente tendrán que permanecer aquí si desean ver lo que ocurre.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—Una reconstrucción —contestó el Jefe de Grupo—. Ese es uno de nuestros Equipos
de Cazadores.
Me volví para observar. En el resplandor blanco de la luz se encontraban cuatro
mercenarios. A primera vista parecían estar ocupados en alguna extraña danza o una
representación de mimo. Se hallaban separados por cortos espacios; primero se movía
uno, luego otro, en cada ocasión un trecho ínfimo..., tal vez como si pretendiera haberse
levantado de una silla inexistente y se acercara a una mesa igualmente inexistente, para
luego volverse de cara a los demás. Momento en el que otro hombre avanzaba y en
apariencia hacía algo en la misma mesa invisible junto a él.
—Los hombres de nuestros Equipos de Cazadores son en esencia rastreadores,
Superintendente —me explicó el Jefe de Grupo en voz baja al oído—. Sin embargo,
algunos equipos resultan mejores que otros en determinados entornos. Estos hombres
pertenecen a un equipo que trabaja bien en interiores.
—¿Pero qué están haciendo?
—Reconstruyendo lo que realizaron los asesinos cuando estuvieron aquí —respondió
el Jefe de Grupo—. Cada uno de los tres hombres del equipo capta la señal de uno de los
asesinos, mientras el cuarto los observa, ejerciendo como coordinador.
Le miré. En una manga llevaba el emblema de los Dorsais, pero ofrecía un aspecto
corriente, como yo o alguno de mis detectives. Estaba claro que se trataba de un
inmigrante de primera generación; lo que explicaba el porqué tenía los galones de un
oficial no comisionado junto al otro emblema.
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